Infeliz

    Soy una persona profundamente infeliz porque, de algún modo, lograron convencerme de que la felicidad radica en que los demás sean felices. Como dice el dicho, no es posible hacer feliz a todo el mundo, aunque lo intentás. Y por no hacer que los demás se sientan infelices, me limité a creer que yo no importaba.

    Es al revés. Al diablo los demás, deberíamos decir. Lo importante es ser feliz y lograr el estado zen en el que no te importen tanto los demás, que no te importen más que tu fin egoísta de ser feliz.

    Esto no implica volverse un ser despreciable, no. Ahí radica el punto, la maestría de los que lo logran. Si algo te hace mal, te hace mal y deberías dejarlo de lado aunque la otra persona sufra. ¿Por qué deberías sufrir vos, solamente? Es decir: ¿cuál es el sentido de sufrir vos por no hacer sufrir a otro? Si la relación es de padres a hijos, puede tener sentido. Después de todo son tu descendencia y el fin egoísta máximo es transmitir tus genes. El gen egoísta, como dicen por ahí y tomando literalmente un título de libro.

    El egoísmo es lo que motiva al mundo. Si no ambicionás nada, si no querés nada para vos, está bien: serás un ser anodino. Pero si lo querés y vivís con el temor de lastimar a alguien para conseguirlo, pasarás por la vida camuflado como un ser anodino, al que tal vez llamen "una buena persona", pero que en el fondo es tomada como una persona blandengue, despreciada, olvidada, dejada de lado. Indiferencia. Y sufrís.

    A causa de no saber cómo manejar eso me han tildado de indiferente y frío, de apático, sin entender que mi proceso interno corre como veneno en las venas. A causa de eso no he progresado en muchos aspectos. Mi colmo de estupidez no es el de pensar en qué piensan los demás. Mi colmo de estupidez es que puedo disimularlo, a punto tal que no se nota qué es lo que pasa por mi interior.

    Fue hace más de veinte años, no más que veintidós pero no menos que veintiuno, porque no estoy seguro en qué año pasó y solo recuerdo que fue antes de cumplir la treintena, pero después de los veintiocho, aunque no podría aseverar que fue a los veintinueve. Yo vivía en otro lado.

    —Me das lástima, porque no sabés vivir — me dijo ella antes de irse para siempre.

    Fue un "lástima" con desprecio. Busqué más tarde la definición de "lástima" en el diccionario solo para estar seguro de su intención, pero la definición formal era benévola comparada con el gesto de su cara. Había pasado, de nuevo, por un tipo indiferente y anodino, por un tipo egoísta sin querer serlo, simplemente por no querer herirla en algunas situaciones. Por yo sentir que era ella la que debía ser feliz y el que la llevó a pensar, otra vez, que yo era un egoísta o un tipo al que no le importaba nada.

    Mi reacción fue la del conejo asustado, esa que despliego siempre que algo me aterroriza. El animalito que se queda en la ruta frente a la luz de los faros del coche, temblando de miedo y sin saber para donde salir, el que termina atropellado. Me pasó con la muerte de mi papá: fue simplemente una desconexión, como si no pudiera pensar más que en el dolor de los demás y no en el mío, pero no reaccioné. Hay momentos en los que puedo dominarlo, pero el cerebro se me ralentiza, comienzo a evaluar condiciones y jugadas de ajedrez hacia adelante, busco la pista para salir sin lastimarme, ni lastimar, y termino lastimado y lastimando. Solo años después pude llorarlo, a solas, con una mezcla de bronca y de tristeza que me duró meses. Lo mismo me pasó cuando ella se fue para siempre.

    Supe tiempo después que había tenido un destino terrible. Una enfermedad neurodegenerativa la postró y le impidió caminar. No pude reprimir el dolor que sentí en el corazón al imaginarla impedida, transformada en el despojo de aquella criatura vivaracha con la que compartimos cosas. Imaginarla transformada en alguien que no podía, siquiera, ir al baño sin ayuda… Yo la conocía mejor de lo que ella creía: sabía que eso le significaba una tortura indecible, la humillación máxima a la que podían someterla. ¿Y si la llamaba? ¿Qué otra cosa podía yo hacer, más que llorar y hacerla llorar?

    Me sentí aterrorizado de nuevo. ¿Y si la llamaba y la lastimaba más?

    —Me das lástima, porque no sabés vivir — me dijo ella antes de irse; y para siempre.

    Fin.

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Bernardo D'Amore, Agosto 2020.

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