El terror de Rosita le pareció exagerado porque estaban confundidas entre la multitud de la terminal de ómnibus, pero la comprendió de inmediato. La vio apretar el bolsito gastado contra las tetas a modo de coraza, mientras oteaba para los costados con miedo. El temblor del labio era perceptible. Solo le faltaba hacerse pis encima. Se acercó y la abrazó. Con respiraciones entrecortadas, Rosita se acurrucó contra Lucía.

    Habían dejado todo. Cerraron con candado la casilla de Lucía, con una cadena endeble que no iba a resistir más que un par de golpes, pero aun así lo hicieron. Rosita había llevado a la construcción precaria lo poco que no entraba en su bolsito y que no pensaba dejar en la casa del Fleita. Las dos pensaron en decirles a sus padres, pero desistieron. Esperaron que no se las agarraran con ellos, pero era preferible que ninguno supiera a donde planeaban irse. Si la “parvada de párvulos” iba a buscarlas a las casas maternas y paternas, se iba a encontrar con la sorpresa auténtica y, era muy probable, un desagrado similar al de ellos por la huida. Todos sabían de las inclinaciones de Lucía y que huyera con Rosita significaba una sola cosa. Tortilleras las dos, iban a ser repudiadas por las familias. De ese modo, los padres y hermanastros quedarían a salvo de la rapacidad de la bandita del Fleita, gracias al odio común.

    Lucía suspiró. No tenían mucha plata ni tampoco una idea de qué iban a hacer para subsistir. Los pasajes les permitirían escapar algunos kilómetros, apenas. En nada se parecía a los planes de huir a través de la frontera, escapar a Paraguay u otro lugar lejano. Esto era un movimiento leve, un desplazamiento que, con un poco de mala suerte, sería deschavado en poco tiempo. Pero era mejor que nada, se dijo. Estaba con Rosita, pero… ¿Cuánto más podría mentirle sin quebrarse y confesar que había sido ella quien lo apuñaló en la garita y que había hecho la denuncia del taller? Lo que no pudo explicar fueron los anónimos que le llegaron a Rosita con amenazas. Quizás el Fleita anduviera en alguna cagada que ninguna de las dos le conocía, pensó en cuanto leyó el papel. Se convenció que, tras el pecado mayor del asesinato, todo lo demás era accesorio. Incluyendo, por supuesto, manipular a Rosita al insistirle para que huyeran juntas.

Capítulo XIII

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Bernardo D'Amore, (C) Junio 2020.

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