Había un retén adelante, las dos estuvieron seguras. Ya era de noche.

    El micro había salido directo para San Luis, no tenía parada. La disminución en la velocidad de la marcha preocupó a Lucía. Miró la hora en el reloj del ómnibus. No habían avanzado casi nada, apenas un par de kilómetros. Puteó en voz baja. Vio a Rosita, que miraba por la ventanilla, a través del vidrio por completo empañado, como tenía que ser. Al menos, con las luces apagadas y en ese atardecer con el micro oscuro tampoco se verían desde afuera, se consoló.

    Bajar la velocidad podía significar dos cosas. Un retén o levantar pasajeros… pero salían recién de la terminal, estaban en medio de un quilombo de tránsito y las luces que destellaban en el exterior no auguraban nada bueno: accidente o policía. ¿Efecto de mojado sobre el vidrio o qué? Imposible, pensó Lucía, eso que brillaba era una baliza de la ley. ¿El tipo de la pensión las había vendido? ¿O ellas escaparon justo a tiempo? ¿Casualidad o causalidad?

    Lucía se acomodó el destornillador en la manga del buzo y miró a Rosita, que le devolvió una mueca de horror silencioso. ¿Qué iba a hacer, por Dios? Sin contestarle, siquiera, agarró su bolso, a su amiga y caminó por el pasillo a oscuras del micro. Le pidió al acompañante hablar en un recoveco. Se tenían que escapar, le dijo. Las perseguían por el novio de su amiga. El tipo la cagaba a palos y la abusaba. Le rogó por favor que las dejara salir, que abriera la puerta. Estaba segura que esas luces adelante eran para ellas.

    El chofer esbozó una sonrisa socarrona. No era problema de él, le dijo. Son dos pibitas, un poquito más grandes que la hija y, seguro, tan quilomberas como lo era ella. Lucía sintió que le hervía la sangre y dudó en sacar la punta. No podía apuñalar al hombre enfrente de todos, pero lo pensó. Se tenía que esforzar un poco más, convencerlo. Si el tipo se negaba… Rosita intervino, nerviosa: empezó a descontrolársele un poco la voz, pidió por favor que las dejaran bajar y se le soltaron unas lágrimas. Eso puede servir, se dijo Lucía.

    Después de dudarlo un rato, el chofer suplente cedió. Habló con el compañero que manejaba el coche.

Capítulo XXII

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Bernardo D'Amore, (C) Junio 2020.

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