Por supuesto, un día decidió que debía ser previsor ante su propia muerte.
Cayó en la cuenta cuando uno de sus vecinos de toda la vida falleció. No solo el resto de los hombres tardaron en darse cuenta de ello, sino que, además, el sepelio, los gastos, el desguace de sus bienes… todo parecía una sucesión de gastos e inconvenientes para los vivos.
Es por eso que, de una vez por todas y teniendo en cuenta que La Muerte nos visita a todos, decidió hacer una lista lo más exhaustiva posible para no dejar librado al azar.
Después de varios intentos y averiguaciones, completó la lista con todo lo necesario. Tenía enumeradas las tareas a llevar a cabo para no causar más pesar que el estrictamente necesario.
Esa misma noche, cuando — satisfecho y como era lógico hubo puesto punto final a su lista de tareas, La Muerte le tocó el hombro. Su cuerpo inerte cayó sobre el escritorio.
En ese instante del final, comprendió que no era una ironía. La ironía era una situación humana. Ocurría que La Muerte, ignorante de los pesares y dolores de los hombres, solo cumplía su trabajo.
Fin.
Bernardo G. D'Amore (C) Septiembre 2020.