—Algo que ver con el tipo ese que es marido de la Rosita…
Lucía aguzó el oído. Las comadres eran de sacar cuero en el almacén, así que casi nunca les prestaba atención. Fue el nombre de Rosita el que la hizo alzar la cabeza como un gato. Quiso disimular y se sintió en medio de una actuación torpe, pero no necesitaba camuflarse. Las mujeres siguieron hablando como si nada, sin que les importara un comino si las escuchaban o no.
—Apareció ahí, cerca de la entrada del barrio, vio — Lucía se acercó a la mujer de saquito verde. —. Estaba tirado al lado de un auto y acuchillado. Algo les salió mal, porque se nota que tuvieron que dejar el coche a medio robar. Pero yo te lo firmo y estoy segura: fueron el Fleita ese y la banda de pendejitos que le sigue.
La otra mujer, bajita, se acomodó un delantal sucio y movió la cabeza en una negación pesarosa.
— ¡Qué desgracia! Porque la Rosita es un pan de Dios. Se tiene que buscar otro, ese la lleva por mal camino. Además, todos sabemos que le pega. Y encima, ahora que mató a un tipo… ¿hasta dónde va a llegar?
A Lucía le dio un vuelco el corazón. ¿Era el Fleita el que había matado a alguien? Sin darse cuenta de lo que hacía, tiró un par de cajas. El almacenero la miró y ella, roja, las levantó y las puso en su lugar. Se apuró en terminar la compra y pagó, nerviosa. Encaró para la salida.
—Nena…
La voz le sonó apagada en los oídos.
—Nena, vos… Sos la Lucía, la amiga de Rosita, ¿no?
Se dio vuelta con temor. Contestó con la voz en un silbido. Sintió que la cara se le calentaba con cada sílaba.
—Sí… No — Esperó que la mentira sonara verdadera, después de todo así había pasado. —. Estamos peleadas de hace años, pero sí…
Las dos mujeres se le acercaron. La del saquito verde le habló en un susurro.
—Por favor, si todavía sos amiga, convencela de que deje a ese tipo. Ese tipo la va a matar...
Lucía salió del negocio. Tenía que apurar el plan.
Bernardo D'Amore, (C) Junio 2020.