Los olores del pan salido del horno junto con el dulzor de las facturas y de otras galletitas saladas y almibaradas inundaron el ambiente de la panadería. Lucía se apuró con las bandejas para reponer los faltantes. Rosita pesó varias flautitas de corteza crujiente hasta completar el cuarto kilo que le habían pedido y ató un nudo simple en la bolsita. Le dictó el importe a la chica de la caja. Con una sonrisa, le entregó los panes al hombre frente a ella.

    Trabajaban a destajo, pero el esfuerzo valía la pena. Las dos estaban contentas.

    La pensión donde vivían no era un lujo, pero, si la comparaban a las casillas, era lo más parecido a la gloria. Podían bañarse, dormir en una cama caliente y, por primera vez en mucho tiempo, los únicos sonidos que Lucía escuchaba provenir del exterior y que la despertaban eran el piar que llegaba desde las jaulas de los canarios del patio embaldosado, que cantaban por la mañana, y el salpicar del agua que el dueño de la pensión empleaba para baldear el piso.

    Cuando pagaron, Lucía se preguntó por un instante de dónde había sacado el dinero Rosita. Tal vez mucho no tenía, porque, ya una vez instaladas en la habitación, comenzó a hablar de buscar un trabajo. Tenemos que ahorrar, le dijo.

    La escapada les había salido relativamente bien, pero por algún motivo Rosita había ocultado que tenía efectivo para viajar más lejos. Quizás era demasiado previsora, pensó Lucía. Rosita habría hecho cálculos que ella no, contado las monedas para vivir hasta que pudieran acomodarse. Sin dudas, Lucía hubiera preferido irse lo más lejos posible del lugar de su desgracia.

    Salir de la villa las había cambiado: ahora buscaban algo de paz y de tranquilidad, fuera del conglomerado de casas de chapa derruida, óxido y aguas estancadas. Tener un baño, lavarse con jabón, comer una hogaza de pan… eran todas cosas pequeñas, pero las hacían sentir mejor.

    Hasta que Lucía vio, desde el interior de la panadería, ahí afuera, en la calle, a uno de los “párvulos de la parvada”, que se movía con ese ondular de serpiente ladina que los caracterizaba.

Capítulo XVI

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Bernardo D'Amore, (C) Junio 2020.

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